martes, 11 de septiembre de 2012

Catalina la Grande. El golpe de Estado. Segunda parte

Palacio de Invierno de los zares en San Petersburgo. Actualmente es el museo Hermitage. Desde el balcón, Catalina fue reconocida como emperatriz por el pueblo ruso que se había concentrado en la plaza
Con tan sólo diecisiete años, la recién bautizada por la ortodoxia rusa, Catalina, se prometía para el resto de sus días con Pedro, el heredero al trono del imperio ruso. Catalina vivía envuelta en la opulencia, rodeaba de cortesanos y damas de honor, asistía a fiestas y bailes, esta era la vida de la gran duquesa, título adquirido por ser la prometida del gran duque Pedro.
Los bailes en la corte los organizaba la emperatriz Elisabeth, algunos de ellos, tal vez los más divertidos consistían en que las personas se vistieran del sexo contrario, los hombres de mujer y las damas de hombres.  A los primeros no les gustaba, según se extrae de las memorias de Catalina, se sentían ridículos y avergonzados, pero tenían que cumplir con los deseos de la emperatriz bajo riesgo, en caso de incumplir, de caer en desgracia. Tal y como nos lo relata Catalina, las mujeres tampoco estaban muy favorecidas y tan sólo una lucía por encima del resto, la emperatriz, a la que parece ser le quedaban muy bien los vestidos masculinos, a pesar de ser una mujer bella y femenina.

Sin embargo, en la corte rusa no sólo habían fiestas y bailes, también habían conspiraciones, traiciones, asesinatos y sobretodo, poder. La corte estaba dividida en varias facciones que luchaban por conseguir más poder, así que podemos imaginar que se trataba de un lugar temible y peligroso, especialmente para una Catalina que no ostentaba ningún poder por sí sola. En definitiva, había que ser muy sensato y hábil para sobrevivir en ese ambiente. Pero al contrario de lo que el lector pueda pensar, fue el escenario perfecto en el que Catalina mostró su encanto, su sentido común y su inteligencia, de manera que todos se enamoraron de ella, incluso la emperatriz.

A pesar del descontento que sentía hacia su prometido, finalmente llegó la boda, fue el 21 de agosto de 1745. Ahora ya no podía echarse atrás y debía hacer todo lo posible para agradar a su marido, gracias a él ella tenia una posición en la corte rusa, pero si lo contrariaba podría hacer que la encerraran o incluso matarla. Tenía que andarse con ojo, así que decidió en primer lugar, complacer a Pedro, después a la emperatriz y, por último, a Rusia. La noche de boda fue un desastre para Catalina. Ella se retiró temprano, mientras, los invitados festejaban la unión. Las crónicas nos relatan que no se había visto fiesta igual sobre la faz de la tierra, todo lo organizó la emperatriz. Una vez en su habitación y a pesar de la repulsión que le producía el aspecto físico de Pedro, decidió hacer lo que se suponía que le tocaba hacer y lo esperó. Pedro se quedó bebiendo y bailando mientras ella esperaba en el dormitorio. Finalmente, siendo ya muy tarde apareció muy borracho y sin desvestirse tirándose en la cama sin hacer caso a Catalina. Este hecho demostraba que Pedro no sentía ninguna atracción sexual por su esposa y el desprecio con el que la trató aquella noche sería algo que no olvidaría la recién casada.

La vida conyugal le permitió descubrir aspectos siniestros de la personalidad de Pedro. Un día, lo encontró en su cámara torturando y colgando una rata. Según le dijo él, había sido atrapada cometiendo un grave delito y había sido condenada a morir de la peor manera según el código militar. La obligó a hacer guardia en la puerta, como si de un soldado raso se tratase durante horas. Tal y como narra en sus memorias, lo soportó por su deseo de llegar a ser emperatriz. Por otra parte, el matrimonio continuaba sin tener hijos, lo que disgustaba a la emperatriz. Se había convertido en algo esencial para la estabilidad de la corona engendrar un hijo y asegurar la descendencia, pero Pedro seguía sin consumar el matrimonio. Se rumoreba que era impotente y no podía o que tenía un problema parecido al que había tenido Luis XVI, pero lo cierto, es que lo más probable es que fuera estéril. Pedro desarrolló una vida sexual, pero no con Catalina. Empezó a tener relaciones con una dama de compañía de la emperatriz y la pareja real se distanciaba más. Pero las desgracias de Catalina no se quedaron aquí. Por esas fechas, su madre, que residía en la corte, contrarió a la emperatriz quien la expulsó y la hizo volver a Alemania. Catalina ahora estaba sola, despreciada y alejada de su marido. Gozaba de mucho tiempo libre. Fue entonces cuando dedicó mucho tiempo a leer, sentía un gran respeto por la cultura y las personas que la poseían, por eso, despreciaba la corte rusa. Según nos confiesa en sus memorias, prácticamente ninguno sabía leer o escribir. Eran un grupo de nobles ignorantes y ambiciosos que no hacían otra cosa que conspirar y traicionar para tener la mente ocupada. Catalina leía historia y filosofía y mostró mucho interés por conocer las nuevas corrientes ideológicas en materia de política que llegaban de occidente. Leyó toda la obra de Voltaire, un autor prolífico que le llevó bastante tiempo hacerlo.

Tras ocho años de matrimonio, la vida de Catalina no había mejorado. La emperatriz la aislaba expulsando de la corte a todo aquel que iniciara una amistad con ella y no dejándola mantener correspondencia con su madre. No había engendrado ningún hijo todavía y la preocupación de la emperatriz fue en aumento, por lo que decidió poner cartas en el asunto aprovechando la aparición de un joven cortesano que se interesó por la gran duquesa en 1752, Sergéi Saltykov. En un primer momento, Catalina rechazó las atenciones del joven, a pesar de gustarle mucho, ya que recelaba de esa posible aventura que podría poner en peligro la corona. Sin embargo, una noche ese recelo desapareció. Madame Shorlokova, enviada por la emperatriz le dijo: "había ciertas situaciones de mayor importancia que constituían una excepción a la regla" y añadió "verá que no seré yo un obstáculo". La emperatriz quería un descendiente y no la detendría nadie hasta conseguirlo.

La aventura comenzó y ambos se enamoraron locamente, desde luego Catalina era presa fácil por la vida que llevaba, una apasionada como ella que había sido encerrada en vida, dejó que el amor fluyera libremente. Del romance con Sergéi Saltykov nació un niño en 1754, la emperatriz ya tenía lo que quería. Pero la crueldad que la caracterizaba volvió a manifestarse al arrebatarle desde el mismo momento del nacimiento el niño para que lo educaran bajo los preceptos de Elisabeth y no le dejaron tener ningún contacto, así que la soledad volvió de nuevo, porque también hizo que Saltykov fuera a Suecia a anunciarle al rey el nacimiento.

Catalina ya estaba cansada de tanto menosprecio y humillación a la que la corte, especialmente su marido y su suegra, le brindaban y a pesar de lo desgraciada que se sentía, aprovechó haberse quitado la presión del heredero para empezar a tejer sus relaciones en la corte. El elegido fue el embajador británico Charles Hanbury Williams, quien se enamoró rápidamente de ella, pero de la manera que un padre lo haría por una hija. Esa admiración fue correspondida por Catalina, ella había perdido su padre cuando tenía catorce años y Hanbury Williams era una persona que podía admirar como un padre. Se trataba de un hombre culto y sofisticado, a diferencia de lo que se encontraba cada día en la corte. Iniciaron una correspondencia secreta, Williams representaba a Inglaterra y su deseo era introducir las políticas británicas en Rusia, pero al mismo tiempo, fue la segunda persona en todo aquel tiempo que se dio cuenta del talento político de la gran duquesa, la primera fue la emperatriz, su suegra.


Charles Hanbury Williams

Aprovechando que Williams estaba de acuerdo en que Catalina tomara partido en los asuntos políticos, la gran duquesa se atrevió a pedirle diez mil libras, que en aquel tiempo era una pequeña fortuna. Con ese dinero financiaría la compra de información y aliados que podrían ser útiles. Catalina comenzaba una nueva etapa y estaba asumiendo importantes riesgos que podían acabar con su vida. Como ya se ha dicho, la corte rusa era prácticamente analfabeta, la maldad y la conspiración sustituían al ingenio y cualquier comentario político era denunciado como una traición, pero le dio igual y continuó con su proyecto. El embajador le presentó a su secretario, un joven noble polaco llamado Stanislaw Poniatowski que llegó a ser el último rey de Polonia. De esta relación nació un nuevo romance, en palabras de Catalina: "Cuando llegó el conde Poniatowski lo ignoré en un principio, pero rápidamente me di cuenta que tenía unos ojos de una belleza incomparable y que los dirigía hacia mi con mayor frecuencia que hacia cualquier otra persona". Se enamoraron locamente, se encontraron dos personas, dos mentalidades y dos cuerpos afines. Tuvieron una relación muy romántica, una de las más románticas en la vida de Catalina. La situación para Catalina era muy peligrosa, alianza con el embajador británico con quien mantenía una correspondencia secreta y un romance con su secretario no eran poca cosa, pero en 1757 las cosas aún se complicaron más para la gran duquesa con el estallido de guerra entre Prusia y Rusia, en la que los ingleses apoyaron a los prusianos al ser sus aliados. La correspondencia secreta continuó intercambiando información importante. Estaba jugando con fuego. Con el estallido de la guerra Williams y Poniatowski tuvieron que dejar la corte rusa. Fue un momento muy difícil, no sólo porque volvía a quedarse sola con la marcha de sus aliados, en el interior de Catalina crecía una criatura fruto del romance. Cuando nació la niña, volvió a suceder lo mismo, le arrebataron la niña.


Stanislaw Poniatowski cuando tenía catorce años, unos pocos antes de conocer a Catalina

La situación de Catalina se complicaba a medida que avanzaba la guerra. Comenzó otra correspondencia secreta con el general en jefe ruso, Apraksin. Se rumoreaba que éste cobraba de los británicos y que por eso retiraba las tropas del combate en algunas circunstancias. Elisabeth buscaba espías en el palacio real, sabía que la corte estaba repleta de ellos, así que encontraron algunas cartas de la correspondencia que mantenían Catalina y Apraksin. Fue uno de los momentos más delicados en la vida de la joven gran duquesa, de hecho, su cabeza pendía de un hilo.

La emperatriz creía equivocadamente que su nuera simpatizaba con los prusianos y que por ello conspiraba con Apraksin para que éste retirara las tropas, así que enfurecida tras el hallazgo de las cartas, Elisabeth la convocó en su cámara para interrogarla. A ese interrogatorio fueron invitadas más personas que se escondieron tras las cortinas, entre ellos el jefe de la policía, pero también habían espías que se jugaban la vida para saber la verdad. Fue un momento sublime para Catalina, cuando entró en la cámara se echó a los pies de la emperatriz implorando su perdón. La interpretación, otra de las habilidades de Catalina fue excepcional y consiguió conmover a la emperatriz quien estaba decidiendo en ese instante qué hacer con ella. De repente irrumpió en la conversación el gran duque Pedro quien la acusó de traidora por conspirar en contra de los intereses de Rusia y simpatizar con los prusianos luteranos.Esa afirmación acabó en su contra, ya que Elisabeth se dio cuenta de quién de los dos realmente simpatizaba con ellos, su sobrino era un claro luterano, por lo que perdonó a Catalina y ordenó a Pedro que se marchara. El resultado, Catalina salió de esa habitación fortalecida y con la admiración de la emperatriz. Fue la primera su victoria política.

Una lección tomó de esos acontecimientos, necesitaba aliados poderosos, porque los enemigos lo eran, así que eligió a uno, Grigori Orlov, un oficial de la guardia apuesto y valiente, también inteligente y con el que empezó un romance. A Grigori le acompañaba su hermano, el brazo ejecutor, Alexey Orlov conocido como el cara cortada, un despiadado asesino. Los dos formaban un buen equipo y este hecho no pasó por alto a los ojos de Catalina dándose cuenta que llegado el momento, podría utilizarlos en favor de sus intereses. Aunque lo cierto es que Grigori Orlov era un hombre tremendamente masculino y Catalina era una gran admiradora del sexo opuesto, por lo que el romance fue sincero y apasionado. Ambos se enamoraron.

La relación empezó en un momento oportuno para los intereses de Catalina, porque la salud de la emperatriz empeoraba y se acercaba su muerte. Pedro heredaría el trono y la situación de la gran duquesa volvía a ser peligrosa. Además, Grigori Orlov tenía pleno control de la guardia real, por lo que tenía a su servicio una auténtica máquina política. no era un intelectual como Poniatowski, pero su fuerza e influencia la ayudarían en caso de ser necesario.


El conde Grigori Orlov, amante de Catalina y conspirador quien la ayudó a conseguir el poder en el golpe de Estado

En 1761 murió la emperatriz Elisabeth y Pedro heredó el trono. Catalina cuenta en sus memorias que su marido mostró una gran falta de respeto por su tía cuando aún no había sido enterrada, mientras que ella, según indican los cronistas, mostró un gran respeto, ya que se sentía muy afectada por la pérdida. Por otra parte, cierto es que ya estaba embarazada de Orlov.

El nuevo Zar fue coronado como Pedro III y Rusia entró en una época de cambios promovidos por la insensatez de un emperador admirador de lo alemán que lo llevó a la desgracia. Empezó a insultar a la nobleza rusa, lo que le llevó el disgusto de su sociedad. Ahora que podía jugar con soldados de verdad, ordenó al ejército ruso que se retirara de la guerra contra Prusia y les devolvió todos los territorios que habían sido conquistados, así que los militares también se disgustaron con él. Pero por si esto fuera poco, obligó a los soldados a vestir uniformes prusianos, así que el lector entenderá qué pensaba entonces un militar que justo acababa una guerra contra Prusia, es decir, que veía a los alemanes como sus enemigos y su emperador le obligaba a vestir las ropas del enemigo. Una estupidez que le costó muy caro. También llenó la corte de nobles alemanes, en definitiva, que ofendió a tantos como pudo con una estupidez que pocos gobernantes han mostrado nunca.

En este contexto Catalina decidió encabezar un golpe de Estado ayudada por los hermanos Orlov, quienes contaban con el apoyo de la mayor parte de la guardia real. Lo planearon todo, pero cuando estaban a punto de actuar, el complot estuvo a punto de fracasar. La madrugada del 27 de septiembre de 1762, Alexey Orlov irrumpió en los aposentos de la casa de verano de Catalina haciéndola levantar. Habían interceptado un militar con correspondencia que los denunciaba, así que Alexey le dijo a Catalina, levántate, o cogemos el poder ahora o nos colgarán a todos. Marcharon al galope hacia San Petersburgo, al alba llegaron a la sede del poder, en la caserna de los guardias de Ismailovski, uno de los regimientos más influyentes de Rusia. Se presentó junto a los hermanos Orlov como la única que podía salvar a Rusia de los desastres en los que la había metido su marido. No tenía derecho dinástico, pero todos le juraron lealtad allí mismo besándole las manos y llamándola matushka, la proclamaron como la emperatriz de Rusia. Ya tenía a la guardia de su lado. Pero ahora necesitaba convencer a todo el ejército, así que en la plaza que está justo delante del Palacio de Invierno, se juntaron unos doce mil personas. Se viste con el traje de la guardia, un traje masculino que le queda muy bien, ella sabe que en esta revolución la indumentaria juega un papel importante, se asoma al balcón y es recibida con vítores y un clamor que la nombran como Catalina II la emperatriz de todas las Rusias.


El conde Alexey Orlov, hermano de Grigori y el brazo ejecutor de la familia

Dos días después, detuvieron al emperador Pedro III, éste abdicó y se le ordenó que abandonara Rusia. Cuando estaba a punto de iniciar el viaje fue asesinado. No se sabe bien quin lo hizo, ni siquiera si Catalina estaba involucrada en ese asesinato, pero todo indica que Alexey Orlov, el asesino de la familia, lo mató.

El animal político en  el que se había convertido Catalina todavía no tenía garantizada la supervivencia, aún quedaba el joven Iván VI, quien había sido encerrado cuando tenía sólo seis años. Él tenía derechos legítimos al trono, a pesar de haber crecido en una prisión sin contacto humano y sin educación. Muchos pensaban que se había vuelto idiota o loco, pero Catalina decidió ir a verlo con sus propios ojos.

El reinado de Catalina había empezado con sangre y traición, ¿qué más debería hacer para conservar el poder?

La respuesta en el próximo capítulo, la tercera parte de esta serie que recuerda a la que probablemente fue la mejor político del siglo XVIII.











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